sábado, 7 de septiembre de 2013

La posguerra salvadoreña de los años noventa produjo una generación poética inquieta, atrevida y mediatica. Por. Alfonso Fajardo.



La posguerra salvadoreña de los años noventa produjo una generación poética inquieta, atrevida y mediática. El Taller de Letras Gavidia (Talega), sin temor a equivocarse, fue el más importante de los colectivos noventeros. Este es el recuento de sus pasos, de su resonancia en el tiempo.

Por Alfonso Fajardo (*)

San Salvador.- El Salvador sufre, generalmente, de amnesia colectiva en cuanto a historia se refiere. Olvidamos muy pronto la historia y, por tanto, estamos usualmente condenados a repetir los errores, de los cuales nos es imposible aprender porque, simple y sencillamente, no los conocemos o los hemos olvidado demasiado rápido. Si para la historia en general tenemos memoria corta, para la historiografía literaria es mucho peor: solemos recordar y rescatar lo que nos conviene, y creemos que nada del pasado vale la pena, y que el presente es brillante y que lo que se escribe es lo mejor de los últimos tiempos. Así, a fuerza de recordar y rescatar lo que nos conviene, se van asentando verdades a medias, datos incompletos, ausencias imperdonables, fotografías recortadas, trayectorias ocultadas, referencias sesgadas y estudios incompletos y focalizados.

Es lo que siento que ha sucedido con el Taller de Letras Gavidia (Talega), de cuyo seno nacieron varios poetas que todavía se encuentra vigentes. Y al decir vigentes, me refiero a que siguen escribiendo y publicando, que es lo que fundamentalmente está obligado a hacer un poeta. Es por ello que en las siguientes líneas me dedicaré a rescatar la historia literaria de Talega, con el pleno conocimiento de que al hacerlo caigo en el mismo error que estoy criticando: el sesgo y el rescate de algo que a todas luces me conviene, pero que es necesario en un país donde los escritores, en términos generales, buscan el reconocimiento literario a través del amiguismo y desean pertenecer al establishment literario a toda costa.

I. Vida

Talega nace formalmente el 13 de noviembre de 1993, existió un acta constitutiva de fundación firmada por todos los miembros presentes ese día, ahora extraviada. Sin embargo, antes de la fecha de fundación ya había surgido el germen que provocó y facilitó la fundación y puesta en marcha del colectivo.

I.I. Germen y nacimiento

Para aquel entonces, los miembros fundadores Pedro Valle y Roberto Betancourth eran estudiantes de la carrera de Letras de la Universidad Francisco Gavidia, cuando algunas universidades privadas todavía mantenían en sus programas de estudio dicha carrera. Ambos tenían como profesor a Mario Pleitez, quien a su vez era profesor de la materia de Letras en un colegio privado donde yo estudiaba. En esa misma institución también estudió Rainier Alfaro, por lo que se convirtió en otro potencial miembro del grupo al que Pleitez convocaría para la primera reunión. Valle ya tenía varios premios nacionales en poesía y ya había sido publicado en suplementos literarios. Había ganado el Certamen Wang Interdata de 1988 y ya había sido publicado en suplementos literarios. Por otra parte, yo ya había conocido a Pedro Valle por azares de la vida, y es que la búsqueda de las raíces de un familiar suyo lo había llevado, como una brújula terrible, hasta el pueblo donde nacieron mis padres: allí fue donde nos conocimos mucho tiempo antes que se empezara a gestar la idea de un taller literario. Para entonces, a mis diecisiete años, ya llevaba dos o tres años escribiendo divagaciones en los cuadernos de colegio, divagaciones que dieron lugar al primer poemario formal, llamado «El prisma de las puertas», que ganó una mención honorífica en los Juegos Florales de Usulután de 1993 en lo que fue mi primer participación en certamen alguno. Para octubre de 1993 surgieron mis primeras publicaciones en el «Suplemento Cultural Tres Mil» del Diario Latino (ahora CoLatino), gracias a la dirección de ese suplemento de aquella época.

Mario Pleitez, a su vez, conocía personalmente al poeta Edgar Iván Hernández, exmiembro del Taller Literario Xibalbá y del Grupo Literario Patriaexacta. Con numerosos premios nacionales y varias publicaciones colectivas, Iván Hernández acudió al llamado de Pleitez para la formación del Taller. Pleitez conoció también por azar a Alex Canizález en autobús de la ruta 101-B y por su afinidad con lo literario lo invita a formar parte del proyecto. Canizález volvía al país después de muchos años en el exilio con grandes esperanzas y expectativas, entre ellas, el incidir en la cultura literaria y fortalecer la identidad nacional en el contexto de paz relativa, recién firmados los Acuerdos de Paz que terminaron con la guerra civil salvadoreña.

Con todas estas «confluencias», como diría Lezama Lima, el germen de un potencial colectivo literario tenía enormes posibilidades de nacer, crecer y desarrollarse. Es así como Pleitez convoca a todos los potenciales miembros a una reunión colectiva, que resultó ser, precisamente, la reunión fundacional de Talega un 13 de noviembre de 1993.

Esta sinergia, esta acumulación de vocaciones no podía dar como resultado otra cosa que no fuera la sostenibilidad del proyecto y un inicio seguro donde, prácticamente, todos los miembros del grupo se comprometieron voluntariamente a darle vida, a potenciar y hacer crecer y desarrollar el grupo literario.

Así nació el Taller, y en las primeras reuniones se delinearon los que serían los principios rectores de la agrupación y, por supuesto, se eligió el nombre. El que iba a ser un nombre provisional terminó siendo el nombre definitivo. Talega es el acrónimo de Taller de Letras Gavidia, palabra que, además, tiene diversos significados: desde una «bolsa de poesía», pasando por los salvadoreñismos que significan una golpiza y una borrachera, hasta el significado que le da Alfonso Hernández en su obra, específicamente en el cuento «Variaciones musicales sobre El Clavecín del Poeta Legas».

I.II. Crecimiento y desarrollo. El método.

Desde un principio decidimos enclaustrarnos y no salir a la luz pública hasta que tuviésemos un discurso poético con la suficiente calidad como para no cometer el siempre eterno error de juventud: dar a conocer textos con gran flaqueza literaria y gran deficiencia en sus recursos estilísticos, en sus imágenes y metáforas.

Apostamos entonces por el aprendizaje a través de las lecturas y por medio de la crítica y la autocrítica. Dedicamos semanas y meses enteros a la lectura de grandes poetas y escritores, y a la vez escribíamos poemarios que los llevábamos al escrutinio general de los miembros del Taller.

En El Salvador muchos creen que los talleres y agrupaciones literarias han servido, además de potenciar a algunos de sus miembros, para ser un espacio donde se le da rienda suelta a la bohemia, y eso no deja de ser cierto. Sin embargo, el caso de Talega (sin entrar a conocer al método de otras agrupaciones) fue un tanto diferente. Las reuniones eran todos los sábados a partir de la una o dos de la tarde, y durante tres o cuatro horas trabajábamos a conciencia para posteriormente dedicarnos al «entretenimiento». El método que utilizábamos en aquel entonces era la crítica directa, con argumentos, sobre la obra ajena. Sin amague algunos nos hacíamos saber nuestras debilidades literarias: señalábamos cuándo existía excesiva adjetivación; cuándo un verso era demasiado obvio, trillado; cuándo se estaba imitando a otro poeta; cuándo una palabra o un verso entero estaba de sobra; cuándo un texto, necesariamente, tenía que ser reescrito si se quería salvarlo. Escribir, corregir y tirar al cesto de la basura, esa era y sigue siendo la clave en cualquier obra poética, y eso lo aprendimos pronto. La madurez constituyó un factor clave dentro de esta primera etapa de crecimiento, ya que las críticas podían interpretarse de mala manera y, lo que empezaba como un ejercicio, podía ser visto como un ataque personal. En este sentido, es importante recalcar que parte de la clave del éxito de Talega consistió en trabajar arduamente nuestros textos, en criticarlos y en saber tener la madurez suficiente como para aceptar la crítica y persistir en el esfuerzo, una persistencia que, como ya se ha dicho, tiene como base fundamental la vocación.

Además, como actividades alternas invitábamos regularmente a poetas de otras generaciones para entrevistarles y charlar de y sobre nuestro tema favorito: la poesía. En aquel entonces, 1993, 1994 y 1995, se dio un debate importante sobre la función de la poesía en tiempos de posguerra. Era evidente que muchos poetas escribían de, para y por la revolución. Ellos existían gracias a la guerra, pues era su sustento, su estrella, su motor esencial. La poesía, entonces, era tan sólo el vehículo preferido para colaborar con la lucha social, era el medio, más no el fin. Es por ello que muchos poetas, una vez firmados los Acuerdos de Paz, se disolvieron como polvo en el agua del tiempo y poco o nada se supo de ellos en años posteriores.

Ese debate permeó en el interior del grupo y, como resultado del mismo, cada quien encontró su voz poética propia. Las temáticas se bifurcaron, nacieron nuevas y a partir de los resultados de esas discusiones entendimos que, más allá de las temáticas –que suelen ser camisas de fuerza− estaba la poesía pura y dura, y que la única división que debía existir es la que existe entre la poesía y la que, simple y sencillamente, no es poesía. Todas las temáticas eran válidas, todos los estilos eran permitidos, todas las influencias literarias eran bienvenidas: el oficio de la escritura se volvió un crisol donde se fundieron guerras, locuras, infancias lejanas, amores y montañas. Esa diversidad de temáticas y de estilos fue la que nos permitió avanzar en la técnica lingüística, en la depuración del verso y en la toma de consciencia del oficio de la escritura como un trabajo permanente al que se le debe el mayor de los respetos y la dedicación necesaria como para no prostituirla ni degradarla con la mediocridad. Así, se puede afirmar sin temor a equivocarse que la mayor parte de la obra construida en esa época y en los años venideros, alcanzó un nivel más que aceptable si analizamos el estándar general de la poesía en esos años.

En los últimos años de existencia del Taller, la autocrítica hacia nuestra obra se fue haciendo más fuerte, más visceral. En la última etapa nos reuníamos en la Casa de la Cultura de Santa Tecla, y allí aprovechábamos los recursos que teníamos a nuestro alcance para efectuar la labor de «taller». Es así como solíamos escribir en una pizarra nuestros textos, y cada uno de los miembros pasaba al pizarrón a borrar, a tachar, a cambiar o simplemente a exponer lo que a su criterio sobraba, sonaba mal o lo que había que mejorar. Era un sistema casi de autoflagelación y sadomasoquista el que teníamos, pero sin el cual quizá nuestra obra no hubiese crecido como deseábamos. Este era «el método» que se tenía: una constante y fundada autocrítica hacia nuestra propia obra que, en términos generales, nos valió ganar una gran cantidad de premios y nos alentó a publicar nuestra obra sin mayores miedos a la crítica externa.

 

I.III La vida propia.

Simultáneamente al trabajo meramente académico de «tallerear» la obra propia, y después de esos años de claustro llenos de estudios, de influencias literarias y de meditaciones meramente meta poéticas, se empezó una actividad continuada de actividades que colocaron al Taller Literario en todos los medios de comunicación.

Para mencionar las actividades más importantes, únicamente reflejaremos aquellas en las que se tuvo mayor incidencia y exhibición grupal. En 1994 se realizó el «Panel fórum sobre la figura del negro en la obra de Salarrué».
En 1995 se creó el Primer Certamen Interuniversitario Francisco Gavidia, certamen que incluyó las ramas de la poesía y el cuento. Talega se encargó de fundar el certamen literario, al que posteriormente se le dio seguimiento dentro de la Universidad Francisco Gavidia. En este mismo año se realizó el recital llamado «Herencias». Este recital se organizó en coordinación con Astac (Asociación Salvadoreña de Trabajadores del Arte y la Cultura) de grata recordación y que en aquellos años era un referente dentro de la cultura y el arte. Se realizó en el local del Centro Cultural La Mazorca, ubicado en aquel entonces en las cercanías de la Universidad de El Salvador. Para dejar constancia de los poemas leídos se publicó un cuadernillo de poesía llamado «Herencias», un folleto artesanal que tuvo a Don Francisco Gavidia, visto por Toño Salazar, como portada. En este mismo año realizamos la presentación de la novela Milagro de la Paz, de Manlio Argueta, que incluyó un análisis y comentario sobre la misma.

En 1996, con esfuerzos propios y del Grupo Café Teatro, de Santa Ana, se hizo el III Encuentro de Poesía Contemporánea Centroamericana. La organización de este encuentro en El Salvador correspondió a Talega y al Taller Literario Simiente y se contó con la colaboración del Concultura (Consejo Nacional para la Cultura y el Arte). Se organizaron eventos en San Salvador y en Santa Ana. Los participantes centroamericanos fueron: Rossana Estrada Búcaro, Romeo Moguel Estrada y Eddy Barillas, por Guatemala; Marco Tulio del Arca, Julio César Pineda y Orlando Addisson, por Honduras; Juan Sobalvarro y Marta Leonor González, por Nicaragua. Sin padecer de orgullo, podemos afirmar que este fue uno de los primeros esfuerzos internacionales que reunían a varios poetas internacionales, es decir, el preámbulo de los encuentros y festivales de poesía en El Salvador que hoy todos conocemos.

En la tumba de Carlos Martínez Rivas, Nicaragua. De izq. a der.: Eleazar Rivera, Pedro Valle, Edgar Iván Hernández, Juan Sobalvarro (poeta nicaragüense, amigo de Talega) y Alfonso Fajardo.

En 1998 se llevó a cabo la exposición «Poesía objeto», una muestra visual de instalaciones en cuyos objetos se insertaron textos poéticos. El montaje de la exposición y las instalaciones estuvo a cargo de Milton Doño y de José Mario Henríquez. La exposición se realizó en las instalaciones de Intercambios Culturales de El Salvador, cuya sede en ese entonces se encontraba en las cercanías del Gimnasio Nacional. En ese mismo día se celebraba una Teletón en dichas instalaciones y, a pesar de ello, el evento fue todo un éxito. La mezcla entre instalaciones y textos poéticos fue un guiño a Marcel Duchamp y al surrealismo, pues se hicieron varios «cadáveres exquisitos» y artilugios propios de ese movimiento. En ese mismo evento transmitimos un documental sobre Roque Dalton, un documental poco conocido en ese entonces. En este mismo año se hizo el recital poético «Los hijos de la muerte». Con este recital, se estaban celebrando cinco años de fundación del Taller. Se realizó en las instalaciones de la Fundación María Escalón de Núñez. Durante el evento, se presentó el libro Habitante del alba de Pedro Valle.

En 1999 asistimos al conversatorio «Poesía sin Fronteras». Invitados por un grupo de poetas hondureñas, Talega realizó un intercambio con poetas hondureños/as: Juana Pavón, Rigoberto Paredes, Alexis Ramírez, Jorge Luis Oviedo, Armida García, Francesca Randazzo, Diana Espinal, Lety Elvir y Diana Vallejo. Durante la estancia en Tegucigalpa, realizaron recitales en la Universidad Pedagógica Nacional Francisco Morazán, Universidad Nacional Autónoma de Honduras, Paradiso, I Romani, Luna Negra. Así mismo, participaron en un programa de radio y fueron entrevistados para varios canales de televisión. Siempre en 1999, y en seguimiento al evento de Tegucigalpa, se realizó el encuentro «Consolidando la Paz por medio de la Poesía», en el que participaron las poetas hondureñas: Diana Espinal, Francesca Randazzo, Diana Vallejo, Lety Elvir y Waldina Mejía. Durante la organización se contó con la ayuda del Concultura, UMA (Universidad Modular Abierta) y Fundación María Escalón de Núñez. Durante el evento se realizaron recitales poéticos en la Biblioteca Nacional, Casa Claudia Lars de la UTEC (Universidad Tecnológica de El Salvador), auditorio de UMA en Santa Ana. Además, se realizó una mesa redonda en la Fundación María Escalón de Núñez. Siempre en 1999, se realizó un recital poético en la Universidad UMA, en Santa Ana. Invitados por las autoridades de esta universidad, se realizó esta lectura donde se presentó el libro Novísima antología de quien esto escribe. Finalmente, para cerrar el año, asistimos, en Nicaragua, a un intercambio poético en Managua con los editores de la Revista Literaria 400 Elefantes. Talega ofreció un recital poético en La Bodeguita del Centro.

En el año 2000, gracias a la presidencia del Concultura, en aquel momento a cargo de Roberto Galicia, logramos publicar la plaquette antológica «Juego infinito», cuya presentación se realizó en la Biblioteca Nacional. La presentación estuvo a cargo del miembro del Taller Roberto Betancourth, académico de las letras, y en el evento hubo una breve lectura de los textos incluidos en esa pequeña antología.

En el año 2001 se realiza el encuentro de escritores y poetas «En pos de la Utopía». Santa Ana fue la sede de este encuentro con el que se celebraron ocho años de fundación de Talega. La actividad se organizó en coordinación con la Facultad Multidisciplinaria de Occidente de la Universidad de El Salvador (FMO-UES) y Concultura. En el encuentro participaron la poeta Camila Schumacher, por Costa Rica; Marta Leonor González, Juan Sobalvarro y Ezequiel d´León Masís, por Nicaragua; Lety Elvir y Rubén Izaguirre, por Honduras.

Todas estas actividades tanto dentro como fuera de El Salvador nos permitieron conocer a todos los poetas jóvenes y contemporáneos del área centroamericana, con quienes estrechamos lazos de amistad que hasta el día de hoy todavía se mantienen. Además, nos permitió conocer la poesía que se estaba escribiendo en el resto de Centroamérica, en una época en que el internet no existía (primer lustro de los noventa) o empezaba a dar sus primeros pasos (segundo lustro de los noventa). El punto es que, al contrario de lo que se vive hoy día, en aquella época era imposible conocer lo que los vecinos centroamericanos estaban escribiendo si no se viajaba directamente a esos países; por lo tanto, todas las actividades que involucraron la participación de poetas extranjeros nos sirvieron para vernos en el espejo de la creación poética y mejorar nuestra obra.

Paralelamente a todas estas actividades, la mayoría de miembros del Taller participaba y ganaba en los diferentes certámenes de poesía a nivel nacional. Era común estar en Santa Ana un día y en Usulután o Zacatecoluca al siguiente. Recorrimos todo El Salvador acompañando a los ganadores de cada uno de los Juegos Florales, en la época en que estos premios tenían relevancia nacional por estar abiertos a la participación de cualquier ciudadano, sin importar la edad, el lugar de nacimiento o la experiencia literaria de los participantes, de manera tal que las premiaciones de esos certámenes eran una gran oportunidad para conocer a poetas consagrados y noveles a la vez, y una gran oportunidad para departir entre el resto de ganadores. Las páginas de los libros de la Colección de Juegos Florales, impresos en los últimos años de los noventa, están llenas de poesía de los miembros de Talega. Esos premios nacionales fueron el preámbulo a los premios internacionales que en la siguiente década ganarían algunos de sus miembros.
Enumerar todos y cada uno de los premios obtenidos en esa época parece una tarea descomunal, basta con mencionar que fueron aproximadamente veinticinco premios, solo contando los primeros lugares y premios únicos, a través de toda la historia del Taller, y específicamente dentro de la década de los noventa, que es la época del nacimiento, crecimiento y desarrollo del Taller.

Por otra parte, a lo largo de todos estos años de actividades constantes también se publicaría una serie de plaquettes artesanales que se solían regalar en cada actividad. Publicaciones como «Herencias», «Poesía objeto» y «Juego infinito», quizá fueron las más importantes y de mayor difusión, entre otras.

Simultáneamente a los premios que se iban obteniendo, y a las publicaciones colectivas de carácter artesanal, las primeras publicaciones individuales formales empezaron a surgir como consecuencia lógica de todo el trabajo desarrollado durante años. Es decir, la publicación formal de carácter individual de ninguna manera fue producto del arrebato o efervescencia literaria, fue en realidad el siguiente paso normal dentro del desarrollo de cada poeta. El primero en publicar fue Pedro Valle. Su libro, Habitante del alba (1998), es un poemario con textos bastante depurados que definirían el Ars Poética de Valle a lo largo de su carrera literaria. Con un prólogo de Manlio Argueta, Habitante del alba fue la primera de muchas publicaciones individuales. Le siguió, en 1999, el libro Novísima antología, de quien esto escribe, una compilación de lo mejor de varios poemarios que ya habían ganado diversos premios nacionales. Con prólogo de Mario Noel Rodríguez, Novísima antología fue la segunda publicación individual de los miembros del Taller. Adicionalmente a estas dos publicaciones formales, Alex Canizález ya había publicado plaquettes de sus poemarios. No sería sino hasta el siguiente siglo que los miembros de Talega publicasen de manera más constante, en lo que le podríamos llamar la herencia del Taller, ya que los que aún faltaban por publicar editaron sus primeras producciones: Eleazar Rivera, Roberto Betancourth; y quienes ya habían publicado, siguieron publicando. Estas publicaciones las relacionaremos más adelante, ya que se ubican en una etapa en la que el colectivo ya no tenía vida propia, es decir, en la etapa de la herencia.

II. Muerte de Talega

Es difícil señalar una fecha exacta de la extinción de Talega. Hubo una época en que el Taller Literario parecía eterno: otros grupos o talleres nacían y pronto morían, y mientras tanto los miembros de Talega persistían en mantener viva la llama de la poesía en el interior del colectivo. Analizándolo todo en perspectiva, quizá haya sido el deseo de mejorar paulatinamente nuestra obra lo que motivó a mantener con vida al colectivo, con todo y lo que ello supone: actividades, publicaciones colectivas, etc. Eso, y la amistad sincera que se tuvo en esa etapa, hicieron que la vida del Taller se prolongara durante toda la década de los noventa y principios del nuevo siglo. Sin embargo, como todo en la vida, siempre existe el nacimiento, el crecimiento y la muerte, y los proyectos culturales no son ajenos a esta regla.

Si tuviésemos que colocarle una fecha a la lápida de Talega, tendría que ser el 13 de enero de 2001, día del terremoto de 7.7 grados que sacudió todo El Salvador. Habíamos convocado para ese día a una serie de colectivos literarios para desarrollar una agenda común que nos permitiera realizar una o varias actividades literarias en conjunto, encaminadas a revitalizar el ambiente literario de esas fechas. No recordamos los grupos o talleres invitados a esa reunión, y nunca sabremos quiénes pudieron haber asistido a la misma, pues el terremoto de las 11:33 de la mañana no sólo dio al traste con esa reunión, sino también contribuyó enormemente a la desaparición del colectivo. En efecto, desde hacía aproximadamente un año y medio las reuniones se venían haciendo en las instalaciones de la Casa de la Cultura de Santa Tecla, donde teníamos todo lo necesario para desarrollar una agenda seria de reuniones, sin distracciones extraliterarias. El terremoto hizo que las instalaciones de la Casa de la Cultura de Santa Tecla se dañaran, por lo que se mantuvo cerrada durante algún tiempo y, por tanto, se nos impidió realizar las reuniones en sus instalaciones.

A partir de ese fatídico 13 de enero de 2001, las reuniones fueron esporádicas y tuvieron que realizarse en cafetines, en bares y en casas particulares, ambientes nada propicios comparados con los ambientes del trabajo que se venía desarrollando en espacios aptos para ello. La rutina y las obligaciones, verdaderos cánceres de la vida, también influyeron a que los miembros del Taller perdieran el interés por las reuniones semanales, y de esa manera paulatinamente la vida del colectivo se fue extinguiendo de a poco. Hacia finales de 2001 y principios de 2002, en el fondo ya todos sabíamos que el Taller Literario había cumplido su ciclo biológico a la perfección, y poco o nada había que hacer más que recordar y publicar un libro antológico que, desafortunadamente, nunca llegó.

III. Herencia del Taller Literario Talega

La huella que un colectivo poético pudiese dejar en la historiografía literaria de un país se pudiese medir por medio de productos y logros concretos. Después de que las reuniones llegasen a su fin, es decir, después de la muerte del Taller de Letras Gavidia, sus miembros no se quedaron de brazos cruzados ni sucumbieron ante la rutina que implanta la sobrevivencia en un país, al igual que muchos otros, donde hay que sacrificar la creación por el tiempo invertido en esa sobrevivencia.

Uno de los productos concretos de esta etapa, en la que se mezclan los logros del pasado con los logros postaller, son la obtención de más premios con mayores resonancias, como ciertos premios internacionales que se ganaron durante la primera década del siglo XXI. El primer premio internacional lo recibiría el autor de estas líneas, quien en 2002 ganase el Premio de los Juegos Florales Hispanoamericanos de Quetzaltenango, un certamen que en años anteriores lo habían ganado poetas como David Escobar Galindo y Mario Noel Rodríguez, entre otros. Eleazar Rivera, por su parte, gana el Premio Centroamericano de Poesía Pablo Neruda, en San José, Costa Rica (2004). En el año 2005, quien esto escribe gana la Mención de Honor del Premio Centroamericano de Literatura Rogelio Sinán, en Panamá, en ese año el premio se lo llevaría Carmen González Huguet. Pedro Valle también gana el segundo lugar en los Juegos Florales de Esquipulas, Chiquimula, Guatemala (2006). Posteriormente, Eleazar Rivera demuestra su faceta más fecunda y ganaría el Premio Internacional de Poesía Joven La Garúa, en Barcelona, España (2007); el Primer Lugar en los Juegos Florales de Santa Rosa de Copán, en Honduras (2009) y tercer lugar en los Juegos Florales de Santa Rosa de Copán (2010).

En el evento de «Poesía objeto». De izq. a der.: Edgar Iván Hernández, Jorge Dalton (amigo del grupo), Alfonso Fajardo, Pedro Valle, Alex Canizález y Rainier Alfaro.
Como herencia palpable, otro de los productos concretos con que podemos medir el aporte de Talega a la literatura de El Salvador lo encontramos en las publicaciones que se realizaron después de que la etapa de mayor vida del colectivo terminara. Después de 2001, año en que se diera la ruptura de la continuidad y que en este trabajo hemos dado en llamar el año de la muerte del colectivo, las publicaciones individuales se incrementaron. En esta nueva etapa, a finales de 2001, y producto de I Premio Brasil de Poesía, en homenaje a Roque Dalton, es publicado el segundo libro de quien esto escribe, La danza de los días, libro ganador de este certamen literario en el que hubo una muy buena participación de poetas nacionales. En este mismo año, Roberto Betancourth publica su libro Piel de lluvia. En el año 2002, el Ministerio de Cultura de Guatemala publica en una edición sumamente limitada, el libro Los fusibles fosforescentes, también de quien esto escribe. En el 2003 se publicaría la ópera prima de Eleazar Rivera, Escombros. En este mismo año Alex Canizález publica La jaula en el pecho, en coautoría con Luis Chávez. En 2005 Pedro Valle publica su segundo libro, Del deshabitado y otros poemas de la ciudad Invierno, mientras que Alex Canizález publica Casa prestada. En el año 2006 es Eleazar Rivera quien publica su segundo libro, Crepitaciones. En este mismo año Pedro Valle, como compilador, publica Cuerno de añil, una antología del Taller Literario Añil, que años antes había fundado. En el 2008 publica Ciudad del Contrahombre & Noctambulario, producto del premio La Garúa, en Barcelona, España. Las últimas publicaciones pertenecen a 2012, cuando Edgar Iván Hernández, el gran inédito del grupo, publica su primer libro Sobre un viejo tema. En este mismo año se publica Lunáticos: poetas noventeros de la posguerra, cuyo compilador fue este servidor, libro que es una muestra de los poetas jóvenes de la década de los noventa. Actualmente se gestan algunas publicaciones individuales que esperamos surjan pronto.

Finalmente, otro parámetro que se puede utilizar para establecer la importancia de un legado literario de determinados poetas es el de la inclusión en antologías, tanto nacionales como internacionales. En este apartado también hay mucho qué mencionar. Entre antologías nacionales e internacionales, prácticamente todos los miembros del Taller han sido incluidos, en más de una oportunidad, en variadas antologías o selecciones de poetas.

Eleazar Rivera está incluido en las siguientes: «Juego infinito», de Talega (1999); 500 años de prosa y verso, Sao Paulo, Brasil (2000);  Los ángeles también cantan, Lima, Perú (2006); Cuarenta y cinco poetas, Concultura (2008); y Lunáticos: poetas noventeros de la posguerra, San Salvador, Índole Editores (2012).

Pedro Valle, por su parte, se encuentra incluido en las siguientes antologías: «Juego infinito», de Talega (1999); Poesía salvadoreña del siglo XX, María Poumier (2002); Los ángeles también cantan, Lima, Perú (2006); Los amantes llegan al Puerto, Perú, (2007); Antología de la literatura salvadoreña (1960-2000), por Jorge Vargas Méndez; «Arte Poética», antología digital, por André Cruchaga; Cuerno de añil, (2006), antología del Taller Literario Añil; y Lunáticos: poetas noventeros de la posguerra, San Salvador, Índole Editores (2012).

Edgar Iván Hernández, al ser un verdadero veterano de agrupaciones o talleres literarios, se encuentra incluido dentro de muchas antologías, entre las que destacan: Cuando el silencio golpea las campanas, Astac (1991), Ganadores del Certamen Alfonso Hernández, (1990); Poesía Reforma, (1991), Iglesia Luterana 1992, ganadores del Certamen Literario Reforma 91; Piedras en el huracán (1993), antología de poesía joven de El Salvador de la década de los ochenta, compilada por Javier Alas; Poesía a mano, antología de 40 poetas salvadoreños (1997), selección de Joaquín Meza; Antología de una década, Zacatecoluca 1985-1995; Colección Juegos Florales, Concultura (1998).

Alex Canizález se encuentra incluido dentro de la antología «Juego infinito» (1999) y La primavera de los poetas, auspiciado por la embajada de Francia en El Salvador. Además, en varias recopilaciones de ediciones de juegos florales.

Rainier Alfaro, a pesar de nunca haber publicado su obra, se encuentra incluido dentro de la siguientes antologías: «Juego infinito» (1999); Alba de otro milenio (2000), selección de Ricardo Lindo; Versofónica, antología de audio-libro de Honduras (2006); Viva la poesía (2008); Monstruo, y Lunáticos: poetas noventeros de la posguerra, San Salvador, Índole Editores (2012).
Finalmente, quien escribe estas líneas se encuentra incluido dentro de las siguientes antologías: «Juego infinito» (1999); Alba de otro milenio (2000); Antología de los ganadores de los Juegos Florales de Quetzaltenango, Editorial Cultura, Guatemala, (2002); Memoria del Festival Internacional de Poesía de Medellín (2003); Trilces trópicos: poesía emergente en Nicaragua y El Salvador, Editorial La Garúa, Barcelona, España (2006); Cruce de poesía: Nicaragua-El Salvador, Editorial 400 Elefantes, Nicaragua (2006); y en la muestra de poetas jóvenes de los noventa, de la cual también fue seleccionador, Lunáticos: poetas noventeros de la posguerra, San Salvador, Índole Editores (2012).

Actualmente, prácticamente todos los exintegrantes del Taller se encuentran involucrados, de una u otra manera, con la literatura. Además de seguir escribiendo y produciendo, muchos han encontrado en la literatura su modus vivendi por medio de la academia. Pedro Valle, Eleazar Rivera y Roberto Betancourth son profesores de literatura. Rainier Alfaro se mudó a Honduras, se casó con la poeta hondureña Armida García y actualmente es director del Festival Internacional de Poesía El Turno del Disidente, es un activo gestor cultural en Honduras, además trabaja en la industria editorial desde hace once años y trabajó como catedrático de literatura en una universidad privada; y quien escribe estas líneas se ha aproximado al ejercicio de la crítica, el ensayo y el comentario.

En lo que respecta a la obra propia, es importante señalar que casi todos los exmiembros del Taller seguimos escribiendo y existen planes de publicaciones individuales a mediano y largo plazo. Esta es una señal inequívoca que existe vocación, que a la vez es un aspecto fundamental para seguir escribiendo, para superarse cada vez más y para seguir aportando productos literarios de calidad a El Salvador.

IV. Conclusiones

Todos los datos anteriores dan fe de la importancia que ha tenido Talega en la historiografía de la literatura salvadoreña, específicamente para la poesía, pues quienes integramos este colectivo fuimos, somos y seguiremos siendo, fundamentalmente, poetas. Con más de 15 antologías poéticas, entre nacionales y extranjeras; con siete premios internacionales, más de 25 premios nacionales, tres distinciones de Gran Maestre, diez publicaciones individuales, y la presencia y la persistencia de la escritura a través del tiempo, nadie, absolutamente nadie puede negar la importancia que ha tenido Talega para la poesía salvadoreña. Negarlo y obviarlo en estudios, nuevas antologías y ensayos en general, parecería una omisión más cercana a la mala fe que a la ignorancia; un hecho perpetrado con toda la intención de minimizar los logros del colectivo y de cada poeta individualmente considerado. Vaya este recorrido, este viaje a esa historia a veces desconocida como una forma de reivindicar el nombre de Talega, como una forma de recordar una historia reciente para que en el futuro, los académicos, los antólogos y las nuevas generaciones sepan, conozcan, lean y tengan presente que hubo un Taller Literario de donde surgieron poetas que, al día de hoy, todavía siguen produciendo, puliendo y publicando su obra en este duro pero placentero oficio de orfebre.

(*) Poeta, abogado, colaborador y columnista de contrACultura.

 

 

No hay comentarios: