La posguerra salvadoreña de los años noventa produjo una generación poética inquieta, atrevida y mediática. El Taller de Letras Gavidia (Talega), sin temor a equivocarse, fue el más importante de los colectivos noventeros. Este es el recuento de sus pasos, de su resonancia en el tiempo.
Por Alfonso Fajardo
(*)
San Salvador.- El Salvador sufre,
generalmente, de amnesia colectiva en cuanto a historia se refiere. Olvidamos
muy pronto la historia y, por tanto, estamos usualmente condenados a repetir
los errores, de los cuales nos es imposible aprender porque, simple y
sencillamente, no los conocemos o los hemos olvidado demasiado rápido. Si para
la historia en general tenemos memoria corta, para la historiografía literaria
es mucho peor: solemos recordar y rescatar lo que nos conviene, y creemos que
nada del pasado vale la pena, y que el presente es brillante y que lo que se
escribe es lo mejor de los últimos tiempos. Así, a fuerza de recordar y
rescatar lo que nos conviene, se van asentando verdades a medias, datos
incompletos, ausencias imperdonables, fotografías recortadas, trayectorias
ocultadas, referencias sesgadas y estudios incompletos y focalizados.
Es lo que siento que ha sucedido
con el Taller de Letras Gavidia (Talega), de cuyo seno nacieron varios poetas
que todavía se encuentra vigentes. Y al decir vigentes, me refiero a que siguen
escribiendo y publicando, que es lo que fundamentalmente está obligado a hacer
un poeta. Es por ello que en las siguientes líneas me dedicaré a rescatar la
historia literaria de Talega, con el pleno conocimiento de que al hacerlo caigo
en el mismo error que estoy criticando: el sesgo y el rescate de algo que a
todas luces me conviene, pero que es necesario en un país donde los escritores,
en términos generales, buscan el reconocimiento literario a través del
amiguismo y desean pertenecer al establishment literario a toda costa.
I. Vida
Talega nace formalmente el 13 de
noviembre de 1993, existió un acta constitutiva de fundación firmada por todos
los miembros presentes ese día, ahora extraviada. Sin embargo, antes de la
fecha de fundación ya había surgido el germen que provocó y facilitó la
fundación y puesta en marcha del colectivo.
I.I. Germen y nacimiento
Para aquel entonces, los miembros
fundadores Pedro Valle y Roberto Betancourth eran estudiantes de la carrera de
Letras de la Universidad Francisco Gavidia, cuando algunas universidades
privadas todavía mantenían en sus programas de estudio dicha carrera. Ambos
tenían como profesor a Mario Pleitez, quien a su vez era profesor de la materia
de Letras en un colegio privado donde yo estudiaba. En esa misma institución
también estudió Rainier Alfaro, por lo que se convirtió en otro potencial
miembro del grupo al que Pleitez convocaría para la primera reunión. Valle ya
tenía varios premios nacionales en poesía y ya había sido publicado en
suplementos literarios. Había ganado el Certamen Wang Interdata de 1988 y ya
había sido publicado en suplementos literarios. Por otra parte, yo ya había
conocido a Pedro Valle por azares de la vida, y es que la búsqueda de las
raíces de un familiar suyo lo había llevado, como una brújula terrible, hasta
el pueblo donde nacieron mis padres: allí fue donde nos conocimos mucho tiempo
antes que se empezara a gestar la idea de un taller literario. Para entonces, a
mis diecisiete años, ya llevaba dos o tres años escribiendo divagaciones en los
cuadernos de colegio, divagaciones que dieron lugar al primer poemario formal,
llamado «El prisma de las puertas», que ganó una mención honorífica en los
Juegos Florales de Usulután de 1993 en lo que fue mi primer participación en
certamen alguno. Para octubre de 1993 surgieron mis primeras publicaciones en
el «Suplemento Cultural Tres Mil» del Diario Latino (ahora CoLatino), gracias a
la dirección de ese suplemento de aquella época.
Mario Pleitez, a su vez, conocía
personalmente al poeta Edgar Iván Hernández, exmiembro del Taller Literario
Xibalbá y del Grupo Literario Patriaexacta. Con numerosos premios nacionales y
varias publicaciones colectivas, Iván Hernández acudió al llamado de Pleitez
para la formación del Taller. Pleitez conoció también por azar a Alex Canizález
en autobús de la ruta 101-B y por su afinidad con lo literario lo invita a
formar parte del proyecto. Canizález volvía al país después de muchos años en
el exilio con grandes esperanzas y expectativas, entre ellas, el incidir en la
cultura literaria y fortalecer la identidad nacional en el contexto de paz
relativa, recién firmados los Acuerdos de Paz que terminaron con la guerra
civil salvadoreña.
Con todas estas «confluencias»,
como diría Lezama Lima, el germen de un potencial colectivo literario tenía
enormes posibilidades de nacer, crecer y desarrollarse. Es así como Pleitez
convoca a todos los potenciales miembros a una reunión colectiva, que resultó
ser, precisamente, la reunión fundacional de Talega un 13 de noviembre de 1993.
Esta sinergia, esta acumulación
de vocaciones no podía dar como resultado otra cosa que no fuera la
sostenibilidad del proyecto y un inicio seguro donde, prácticamente, todos los
miembros del grupo se comprometieron voluntariamente a darle vida, a potenciar
y hacer crecer y desarrollar el grupo literario.
Así nació el Taller, y en las
primeras reuniones se delinearon los que serían los principios rectores de la
agrupación y, por supuesto, se eligió el nombre. El que iba a ser un nombre
provisional terminó siendo el nombre definitivo. Talega es el acrónimo de
Taller de Letras Gavidia, palabra que, además, tiene diversos significados:
desde una «bolsa de poesía», pasando por los salvadoreñismos que significan una
golpiza y una borrachera, hasta el significado que le da Alfonso Hernández en
su obra, específicamente en el cuento «Variaciones musicales sobre El Clavecín
del Poeta Legas».
I.II. Crecimiento y desarrollo. El método.
Desde un principio decidimos enclaustrarnos y no salir a la
luz pública hasta que tuviésemos un discurso poético con la suficiente calidad
como para no cometer el siempre eterno error de juventud: dar a conocer textos
con gran flaqueza literaria y gran deficiencia en sus recursos estilísticos, en
sus imágenes y metáforas.
Apostamos entonces por el aprendizaje a través de las
lecturas y por medio de la crítica y la autocrítica. Dedicamos semanas y meses
enteros a la lectura de grandes poetas y escritores, y a la vez escribíamos
poemarios que los llevábamos al escrutinio general de los miembros del Taller.
En El Salvador muchos creen que
los talleres y agrupaciones literarias han servido, además de potenciar a
algunos de sus miembros, para ser un espacio donde se le da rienda suelta a la
bohemia, y eso no deja de ser cierto. Sin embargo, el caso de Talega (sin
entrar a conocer al método de otras agrupaciones) fue un tanto diferente. Las
reuniones eran todos los sábados a partir de la una o dos de la tarde, y
durante tres o cuatro horas trabajábamos a conciencia para posteriormente
dedicarnos al «entretenimiento». El método que utilizábamos en aquel entonces
era la crítica directa, con argumentos, sobre la obra ajena. Sin amague algunos
nos hacíamos saber nuestras debilidades literarias: señalábamos cuándo existía
excesiva adjetivación; cuándo un verso era demasiado obvio, trillado; cuándo se
estaba imitando a otro poeta; cuándo una palabra o un verso entero estaba de
sobra; cuándo un texto, necesariamente, tenía que ser reescrito si se quería
salvarlo. Escribir, corregir y tirar al cesto de la basura, esa era y sigue
siendo la clave en cualquier obra poética, y eso lo aprendimos pronto. La
madurez constituyó un factor clave dentro de esta primera etapa de crecimiento,
ya que las críticas podían interpretarse de mala manera y, lo que empezaba como
un ejercicio, podía ser visto como un ataque personal. En este sentido, es
importante recalcar que parte de la clave del éxito de Talega consistió en
trabajar arduamente nuestros textos, en criticarlos y en saber tener la madurez
suficiente como para aceptar la crítica y persistir en el esfuerzo, una
persistencia que, como ya se ha dicho, tiene como base fundamental la vocación.
Además, como actividades alternas
invitábamos regularmente a poetas de otras generaciones para entrevistarles y
charlar de y sobre nuestro tema favorito: la poesía. En aquel entonces, 1993,
1994 y 1995, se dio un debate importante sobre la función de la poesía en
tiempos de posguerra. Era evidente que muchos poetas escribían de, para y por
la revolución. Ellos existían gracias a la guerra, pues era su sustento, su
estrella, su motor esencial. La poesía, entonces, era tan sólo el vehículo
preferido para colaborar con la lucha social, era el medio, más no el fin. Es
por ello que muchos poetas, una vez firmados los Acuerdos de Paz, se
disolvieron como polvo en el agua del tiempo y poco o nada se supo de ellos en
años posteriores.
Ese debate permeó en el interior
del grupo y, como resultado del mismo, cada quien encontró su voz poética
propia. Las temáticas se bifurcaron, nacieron nuevas y a partir de los
resultados de esas discusiones entendimos que, más allá de las temáticas –que
suelen ser camisas de fuerza− estaba la poesía pura y dura, y que la única
división que debía existir es la que existe entre la poesía y la que, simple y
sencillamente, no es poesía. Todas las temáticas eran válidas, todos los
estilos eran permitidos, todas las influencias literarias eran bienvenidas: el
oficio de la escritura se volvió un crisol donde se fundieron guerras, locuras,
infancias lejanas, amores y montañas. Esa diversidad de temáticas y de estilos
fue la que nos permitió avanzar en la técnica lingüística, en la depuración del
verso y en la toma de consciencia del oficio de la escritura como un trabajo
permanente al que se le debe el mayor de los respetos y la dedicación necesaria
como para no prostituirla ni degradarla con la mediocridad. Así, se puede
afirmar sin temor a equivocarse que la mayor parte de la obra construida en esa
época y en los años venideros, alcanzó un nivel más que aceptable si analizamos
el estándar general de la poesía en esos años.
En los últimos años de existencia
del Taller, la autocrítica hacia nuestra obra se fue haciendo más fuerte, más
visceral. En la última etapa nos reuníamos en la Casa de la Cultura de Santa
Tecla, y allí aprovechábamos los recursos que teníamos a nuestro alcance para
efectuar la labor de «taller». Es así como solíamos escribir en una pizarra
nuestros textos, y cada uno de los miembros pasaba al pizarrón a borrar, a tachar,
a cambiar o simplemente a exponer lo que a su criterio sobraba, sonaba mal o lo
que había que mejorar. Era un sistema casi de autoflagelación y sadomasoquista
el que teníamos, pero sin el cual quizá nuestra obra no hubiese crecido como
deseábamos. Este era «el método» que se tenía: una constante y fundada
autocrítica hacia nuestra propia obra que, en términos generales, nos valió
ganar una gran cantidad de premios y nos alentó a publicar nuestra obra sin
mayores miedos a la crítica externa.
I.III La vida propia.
Simultáneamente al trabajo
meramente académico de «tallerear» la obra propia, y después de esos años de
claustro llenos de estudios, de influencias literarias y de meditaciones
meramente meta poéticas, se empezó una actividad continuada de actividades que
colocaron al Taller Literario en todos los medios de comunicación.
Para mencionar las actividades
más importantes, únicamente reflejaremos aquellas en las que se tuvo mayor
incidencia y exhibición grupal. En 1994 se realizó el «Panel fórum sobre la
figura del negro en la obra de Salarrué».
En 1995 se creó el Primer
Certamen Interuniversitario Francisco Gavidia, certamen que incluyó las ramas
de la poesía y el cuento. Talega se encargó de fundar el certamen literario, al
que posteriormente se le dio seguimiento dentro de la Universidad Francisco
Gavidia. En este mismo año se realizó el recital llamado «Herencias». Este
recital se organizó en coordinación con Astac (Asociación Salvadoreña de
Trabajadores del Arte y la Cultura) de grata recordación y que en aquellos años
era un referente dentro de la cultura y el arte. Se realizó en el local del
Centro Cultural La Mazorca, ubicado en aquel entonces en las cercanías de la
Universidad de El Salvador. Para dejar constancia de los poemas leídos se publicó
un cuadernillo de poesía llamado «Herencias», un folleto artesanal que tuvo a
Don Francisco Gavidia, visto por Toño Salazar, como portada. En este mismo año
realizamos la presentación de la novela Milagro de la Paz, de Manlio Argueta,
que incluyó un análisis y comentario sobre la misma.
En 1996, con esfuerzos propios y
del Grupo Café Teatro, de Santa Ana, se hizo el III Encuentro de Poesía
Contemporánea Centroamericana. La organización de este encuentro en El Salvador
correspondió a Talega y al Taller Literario Simiente y se contó con la
colaboración del Concultura (Consejo Nacional para la Cultura y el Arte). Se
organizaron eventos en San Salvador y en Santa Ana. Los participantes
centroamericanos fueron: Rossana Estrada Búcaro, Romeo Moguel Estrada y Eddy
Barillas, por Guatemala; Marco Tulio del Arca, Julio César Pineda y Orlando
Addisson, por Honduras; Juan Sobalvarro y Marta Leonor González, por Nicaragua.
Sin padecer de orgullo, podemos afirmar que este fue uno de los primeros
esfuerzos internacionales que reunían a varios poetas internacionales, es
decir, el preámbulo de los encuentros y festivales de poesía en El Salvador que
hoy todos conocemos.
En la tumba de Carlos Martínez
Rivas, Nicaragua. De izq. a der.: Eleazar Rivera, Pedro Valle, Edgar Iván
Hernández, Juan Sobalvarro (poeta nicaragüense, amigo de Talega) y Alfonso
Fajardo.
En 1998 se llevó a cabo la
exposición «Poesía objeto», una muestra visual de instalaciones en cuyos
objetos se insertaron textos poéticos. El montaje de la exposición y las
instalaciones estuvo a cargo de Milton Doño y de José Mario Henríquez. La
exposición se realizó en las instalaciones de Intercambios Culturales de El
Salvador, cuya sede en ese entonces se encontraba en las cercanías del Gimnasio
Nacional. En ese mismo día se celebraba una Teletón en dichas instalaciones y,
a pesar de ello, el evento fue todo un éxito. La mezcla entre instalaciones y
textos poéticos fue un guiño a Marcel Duchamp y al surrealismo, pues se
hicieron varios «cadáveres exquisitos» y artilugios propios de ese movimiento.
En ese mismo evento transmitimos un documental sobre Roque Dalton, un
documental poco conocido en ese entonces. En este mismo año se hizo el recital
poético «Los hijos de la muerte». Con este recital, se estaban celebrando cinco
años de fundación del Taller. Se realizó en las instalaciones de la Fundación
María Escalón de Núñez. Durante el evento, se presentó el libro Habitante del
alba de Pedro Valle.
En 1999 asistimos al
conversatorio «Poesía sin Fronteras». Invitados por un grupo de poetas
hondureñas, Talega realizó un intercambio con poetas hondureños/as: Juana
Pavón, Rigoberto Paredes, Alexis Ramírez, Jorge Luis Oviedo, Armida García,
Francesca Randazzo, Diana Espinal, Lety Elvir y Diana Vallejo. Durante la
estancia en Tegucigalpa, realizaron recitales en la Universidad Pedagógica
Nacional Francisco Morazán, Universidad Nacional Autónoma de Honduras,
Paradiso, I Romani, Luna Negra. Así mismo, participaron en un programa de radio
y fueron entrevistados para varios canales de televisión. Siempre en 1999, y en
seguimiento al evento de Tegucigalpa, se realizó el encuentro «Consolidando la
Paz por medio de la Poesía», en el que participaron las poetas hondureñas:
Diana Espinal, Francesca Randazzo, Diana Vallejo, Lety Elvir y Waldina Mejía.
Durante la organización se contó con la ayuda del Concultura, UMA (Universidad
Modular Abierta) y Fundación María Escalón de Núñez. Durante el evento se
realizaron recitales poéticos en la Biblioteca Nacional, Casa Claudia Lars de
la UTEC (Universidad Tecnológica de El Salvador), auditorio de UMA en Santa
Ana. Además, se realizó una mesa redonda en la Fundación María Escalón de
Núñez. Siempre en 1999, se realizó un recital poético en la Universidad UMA, en
Santa Ana. Invitados por las autoridades de esta universidad, se realizó esta
lectura donde se presentó el libro Novísima antología de quien esto escribe.
Finalmente, para cerrar el año, asistimos, en Nicaragua, a un intercambio
poético en Managua con los editores de la Revista Literaria 400 Elefantes.
Talega ofreció un recital poético en La Bodeguita del Centro.
En el año 2000, gracias a la
presidencia del Concultura, en aquel momento a cargo de Roberto Galicia,
logramos publicar la plaquette antológica «Juego infinito», cuya presentación
se realizó en la Biblioteca Nacional. La presentación estuvo a cargo del
miembro del Taller Roberto Betancourth, académico de las letras, y en el evento
hubo una breve lectura de los textos incluidos en esa pequeña antología.
En el año 2001 se realiza el
encuentro de escritores y poetas «En pos de la Utopía». Santa Ana fue la sede
de este encuentro con el que se celebraron ocho años de fundación de Talega. La
actividad se organizó en coordinación con la Facultad Multidisciplinaria de
Occidente de la Universidad de El Salvador (FMO-UES) y Concultura. En el
encuentro participaron la poeta Camila Schumacher, por Costa Rica; Marta Leonor
González, Juan Sobalvarro y Ezequiel d´León Masís, por Nicaragua; Lety Elvir y
Rubén Izaguirre, por Honduras.
Todas estas actividades tanto
dentro como fuera de El Salvador nos permitieron conocer a todos los poetas jóvenes
y contemporáneos del área centroamericana, con quienes estrechamos lazos de
amistad que hasta el día de hoy todavía se mantienen. Además, nos permitió
conocer la poesía que se estaba escribiendo en el resto de Centroamérica, en
una época en que el internet no existía (primer lustro de los noventa) o
empezaba a dar sus primeros pasos (segundo lustro de los noventa). El punto es
que, al contrario de lo que se vive hoy día, en aquella época era imposible
conocer lo que los vecinos centroamericanos estaban escribiendo si no se
viajaba directamente a esos países; por lo tanto, todas las actividades que
involucraron la participación de poetas extranjeros nos sirvieron para vernos
en el espejo de la creación poética y mejorar nuestra obra.
Paralelamente a todas estas
actividades, la mayoría de miembros del Taller participaba y ganaba en los
diferentes certámenes de poesía a nivel nacional. Era común estar en Santa Ana
un día y en Usulután o Zacatecoluca al siguiente. Recorrimos todo El Salvador
acompañando a los ganadores de cada uno de los Juegos Florales, en la época en
que estos premios tenían relevancia nacional por estar abiertos a la
participación de cualquier ciudadano, sin importar la edad, el lugar de
nacimiento o la experiencia literaria de los participantes, de manera tal que
las premiaciones de esos certámenes eran una gran oportunidad para conocer a
poetas consagrados y noveles a la vez, y una gran oportunidad para departir
entre el resto de ganadores. Las páginas de los libros de la Colección de Juegos
Florales, impresos en los últimos años de los noventa, están llenas de poesía
de los miembros de Talega. Esos premios nacionales fueron el preámbulo a los
premios internacionales que en la siguiente década ganarían algunos de sus
miembros.
Enumerar todos y cada uno de los
premios obtenidos en esa época parece una tarea descomunal, basta con mencionar
que fueron aproximadamente veinticinco premios, solo contando los primeros
lugares y premios únicos, a través de toda la historia del Taller, y específicamente
dentro de la década de los noventa, que es la época del nacimiento, crecimiento
y desarrollo del Taller.
Por otra parte, a lo largo de
todos estos años de actividades constantes también se publicaría una serie de
plaquettes artesanales que se solían regalar en cada actividad. Publicaciones
como «Herencias», «Poesía objeto» y «Juego infinito», quizá fueron las más
importantes y de mayor difusión, entre otras.
Simultáneamente a los premios que
se iban obteniendo, y a las publicaciones colectivas de carácter artesanal, las
primeras publicaciones individuales formales empezaron a surgir como
consecuencia lógica de todo el trabajo desarrollado durante años. Es decir, la
publicación formal de carácter individual de ninguna manera fue producto del
arrebato o efervescencia literaria, fue en realidad el siguiente paso normal
dentro del desarrollo de cada poeta. El primero en publicar fue Pedro Valle. Su
libro, Habitante del alba (1998), es un poemario con textos bastante depurados
que definirían el Ars Poética de Valle a lo largo de su carrera literaria. Con
un prólogo de Manlio Argueta, Habitante del alba fue la primera de muchas
publicaciones individuales. Le siguió, en 1999, el libro Novísima antología, de
quien esto escribe, una compilación de lo mejor de varios poemarios que ya
habían ganado diversos premios nacionales. Con prólogo de Mario Noel Rodríguez,
Novísima antología fue la segunda publicación individual de los miembros del
Taller. Adicionalmente a estas dos publicaciones formales, Alex Canizález ya
había publicado plaquettes de sus poemarios. No sería sino hasta el siguiente
siglo que los miembros de Talega publicasen de manera más constante, en lo que
le podríamos llamar la herencia del Taller, ya que los que aún faltaban por
publicar editaron sus primeras producciones: Eleazar Rivera, Roberto
Betancourth; y quienes ya habían publicado, siguieron publicando. Estas
publicaciones las relacionaremos más adelante, ya que se ubican en una etapa en
la que el colectivo ya no tenía vida propia, es decir, en la etapa de la
herencia.
II. Muerte de Talega
Es difícil señalar una fecha
exacta de la extinción de Talega. Hubo una época en que el Taller Literario
parecía eterno: otros grupos o talleres nacían y pronto morían, y mientras
tanto los miembros de Talega persistían en mantener viva la llama de la poesía
en el interior del colectivo. Analizándolo todo en perspectiva, quizá haya sido
el deseo de mejorar paulatinamente nuestra obra lo que motivó a mantener con
vida al colectivo, con todo y lo que ello supone: actividades, publicaciones
colectivas, etc. Eso, y la amistad sincera que se tuvo en esa etapa, hicieron
que la vida del Taller se prolongara durante toda la década de los noventa y
principios del nuevo siglo. Sin embargo, como todo en la vida, siempre existe
el nacimiento, el crecimiento y la muerte, y los proyectos culturales no son
ajenos a esta regla.
Si tuviésemos que colocarle una
fecha a la lápida de Talega, tendría que ser el 13 de enero de 2001, día del
terremoto de 7.7 grados que sacudió todo El Salvador. Habíamos convocado para
ese día a una serie de colectivos literarios para desarrollar una agenda común
que nos permitiera realizar una o varias actividades literarias en conjunto,
encaminadas a revitalizar el ambiente literario de esas fechas. No recordamos
los grupos o talleres invitados a esa reunión, y nunca sabremos quiénes
pudieron haber asistido a la misma, pues el terremoto de las 11:33 de la mañana
no sólo dio al traste con esa reunión, sino también contribuyó enormemente a la
desaparición del colectivo. En efecto, desde hacía aproximadamente un año y
medio las reuniones se venían haciendo en las instalaciones de la Casa de la
Cultura de Santa Tecla, donde teníamos todo lo necesario para desarrollar una
agenda seria de reuniones, sin distracciones extraliterarias. El terremoto hizo
que las instalaciones de la Casa de la Cultura de Santa Tecla se dañaran, por
lo que se mantuvo cerrada durante algún tiempo y, por tanto, se nos impidió
realizar las reuniones en sus instalaciones.
A partir de ese fatídico 13 de
enero de 2001, las reuniones fueron esporádicas y tuvieron que realizarse en
cafetines, en bares y en casas particulares, ambientes nada propicios
comparados con los ambientes del trabajo que se venía desarrollando en espacios
aptos para ello. La rutina y las obligaciones, verdaderos cánceres de la vida,
también influyeron a que los miembros del Taller perdieran el interés por las
reuniones semanales, y de esa manera paulatinamente la vida del colectivo se
fue extinguiendo de a poco. Hacia finales de 2001 y principios de 2002, en el
fondo ya todos sabíamos que el Taller Literario había cumplido su ciclo
biológico a la perfección, y poco o nada había que hacer más que recordar y
publicar un libro antológico que, desafortunadamente, nunca llegó.
III. Herencia del Taller Literario Talega
La huella que un colectivo
poético pudiese dejar en la historiografía literaria de un país se pudiese
medir por medio de productos y logros concretos. Después de que las reuniones
llegasen a su fin, es decir, después de la muerte del Taller de Letras Gavidia,
sus miembros no se quedaron de brazos cruzados ni sucumbieron ante la rutina
que implanta la sobrevivencia en un país, al igual que muchos otros, donde hay
que sacrificar la creación por el tiempo invertido en esa sobrevivencia.
Uno de los productos concretos de
esta etapa, en la que se mezclan los logros del pasado con los logros
postaller, son la obtención de más premios con mayores resonancias, como
ciertos premios internacionales que se ganaron durante la primera década del
siglo XXI. El primer premio internacional lo recibiría el autor de estas
líneas, quien en 2002 ganase el Premio de los Juegos Florales Hispanoamericanos
de Quetzaltenango, un certamen que en años anteriores lo habían ganado poetas
como David Escobar Galindo y Mario Noel Rodríguez, entre otros. Eleazar Rivera,
por su parte, gana el Premio Centroamericano de Poesía Pablo Neruda, en San
José, Costa Rica (2004). En el año 2005, quien esto escribe gana la Mención de
Honor del Premio Centroamericano de Literatura Rogelio Sinán, en Panamá, en ese
año el premio se lo llevaría Carmen González Huguet. Pedro Valle también gana
el segundo lugar en los Juegos Florales de Esquipulas, Chiquimula, Guatemala
(2006). Posteriormente, Eleazar Rivera demuestra su faceta más fecunda y
ganaría el Premio Internacional de Poesía Joven La Garúa, en Barcelona, España
(2007); el Primer Lugar en los Juegos Florales de Santa Rosa de Copán, en
Honduras (2009) y tercer lugar en los Juegos Florales de Santa Rosa de Copán
(2010).
En el evento de «Poesía objeto».
De izq. a der.: Edgar Iván Hernández, Jorge Dalton (amigo del grupo), Alfonso
Fajardo, Pedro Valle, Alex Canizález y Rainier Alfaro.
Como herencia palpable, otro de
los productos concretos con que podemos medir el aporte de Talega a la
literatura de El Salvador lo encontramos en las publicaciones que se realizaron
después de que la etapa de mayor vida del colectivo terminara. Después de 2001,
año en que se diera la ruptura de la continuidad y que en este trabajo hemos
dado en llamar el año de la muerte del colectivo, las publicaciones
individuales se incrementaron. En esta nueva etapa, a finales de 2001, y
producto de I Premio Brasil de Poesía, en homenaje a Roque Dalton, es publicado
el segundo libro de quien esto escribe, La danza de los días, libro ganador de
este certamen literario en el que hubo una muy buena participación de poetas
nacionales. En este mismo año, Roberto Betancourth publica su libro Piel de
lluvia. En el año 2002, el Ministerio de Cultura de Guatemala publica en una
edición sumamente limitada, el libro Los fusibles fosforescentes, también de
quien esto escribe. En el 2003 se publicaría la ópera prima de Eleazar Rivera,
Escombros. En este mismo año Alex Canizález publica La jaula en el pecho, en
coautoría con Luis Chávez. En 2005 Pedro Valle publica su segundo libro, Del
deshabitado y otros poemas de la ciudad Invierno, mientras que Alex Canizález
publica Casa prestada. En el año 2006 es Eleazar Rivera quien publica su
segundo libro, Crepitaciones. En este mismo año Pedro Valle, como compilador,
publica Cuerno de añil, una antología del Taller Literario Añil, que años antes
había fundado. En el 2008 publica Ciudad del Contrahombre & Noctambulario,
producto del premio La Garúa, en Barcelona, España. Las últimas publicaciones
pertenecen a 2012, cuando Edgar Iván Hernández, el gran inédito del grupo,
publica su primer libro Sobre un viejo tema. En este mismo año se publica
Lunáticos: poetas noventeros de la posguerra, cuyo compilador fue este servidor,
libro que es una muestra de los poetas jóvenes de la década de los noventa.
Actualmente se gestan algunas publicaciones individuales que esperamos surjan
pronto.
Finalmente, otro parámetro que se
puede utilizar para establecer la importancia de un legado literario de
determinados poetas es el de la inclusión en antologías, tanto nacionales como
internacionales. En este apartado también hay mucho qué mencionar. Entre
antologías nacionales e internacionales, prácticamente todos los miembros del
Taller han sido incluidos, en más de una oportunidad, en variadas antologías o
selecciones de poetas.
Eleazar Rivera está incluido en
las siguientes: «Juego infinito», de Talega (1999); 500 años de prosa y verso,
Sao Paulo, Brasil (2000); Los ángeles
también cantan, Lima, Perú (2006); Cuarenta y cinco poetas, Concultura (2008);
y Lunáticos: poetas noventeros de la posguerra, San Salvador, Índole Editores
(2012).
Pedro Valle, por su parte, se
encuentra incluido en las siguientes antologías: «Juego infinito», de Talega
(1999); Poesía salvadoreña del siglo XX, María Poumier (2002); Los ángeles
también cantan, Lima, Perú (2006); Los amantes llegan al Puerto, Perú, (2007);
Antología de la literatura salvadoreña (1960-2000), por Jorge Vargas Méndez;
«Arte Poética», antología digital, por André Cruchaga; Cuerno de añil, (2006),
antología del Taller Literario Añil; y Lunáticos: poetas noventeros de la
posguerra, San Salvador, Índole Editores (2012).
Edgar Iván Hernández, al ser un
verdadero veterano de agrupaciones o talleres literarios, se encuentra incluido
dentro de muchas antologías, entre las que destacan: Cuando el silencio golpea
las campanas, Astac (1991), Ganadores del Certamen Alfonso Hernández, (1990);
Poesía Reforma, (1991), Iglesia Luterana 1992, ganadores del Certamen Literario
Reforma 91; Piedras en el huracán (1993), antología de poesía joven de El
Salvador de la década de los ochenta, compilada por Javier Alas; Poesía a mano,
antología de 40 poetas salvadoreños (1997), selección de Joaquín Meza; Antología
de una década, Zacatecoluca 1985-1995; Colección Juegos Florales, Concultura
(1998).
Alex Canizález se encuentra
incluido dentro de la antología «Juego infinito» (1999) y La primavera de los
poetas, auspiciado por la embajada de Francia en El Salvador. Además, en varias
recopilaciones de ediciones de juegos florales.
Rainier Alfaro, a pesar de nunca
haber publicado su obra, se encuentra incluido dentro de la siguientes
antologías: «Juego infinito» (1999); Alba de otro milenio (2000), selección de
Ricardo Lindo; Versofónica, antología de audio-libro de Honduras (2006); Viva
la poesía (2008); Monstruo, y Lunáticos: poetas noventeros de la posguerra, San
Salvador, Índole Editores (2012).
Finalmente, quien escribe estas
líneas se encuentra incluido dentro de las siguientes antologías: «Juego
infinito» (1999); Alba de otro milenio (2000); Antología de los ganadores de
los Juegos Florales de Quetzaltenango, Editorial Cultura, Guatemala, (2002);
Memoria del Festival Internacional de Poesía de Medellín (2003); Trilces
trópicos: poesía emergente en Nicaragua y El Salvador, Editorial La Garúa,
Barcelona, España (2006); Cruce de poesía: Nicaragua-El Salvador, Editorial 400
Elefantes, Nicaragua (2006); y en la muestra de poetas jóvenes de los noventa,
de la cual también fue seleccionador, Lunáticos: poetas noventeros de la
posguerra, San Salvador, Índole Editores (2012).
Actualmente, prácticamente todos
los exintegrantes del Taller se encuentran involucrados, de una u otra manera,
con la literatura. Además de seguir escribiendo y produciendo, muchos han
encontrado en la literatura su modus vivendi por medio de la academia. Pedro
Valle, Eleazar Rivera y Roberto Betancourth son profesores de literatura.
Rainier Alfaro se mudó a Honduras, se casó con la poeta hondureña Armida García
y actualmente es director del Festival Internacional de Poesía El Turno del
Disidente, es un activo gestor cultural en Honduras, además trabaja en la
industria editorial desde hace once años y trabajó como catedrático de
literatura en una universidad privada; y quien escribe estas líneas se ha
aproximado al ejercicio de la crítica, el ensayo y el comentario.
En lo que respecta a la obra
propia, es importante señalar que casi todos los exmiembros del Taller seguimos
escribiendo y existen planes de publicaciones individuales a mediano y largo
plazo. Esta es una señal inequívoca que existe vocación, que a la vez es un
aspecto fundamental para seguir escribiendo, para superarse cada vez más y para
seguir aportando productos literarios de calidad a El Salvador.
IV. Conclusiones
Todos los datos anteriores dan fe
de la importancia que ha tenido Talega en la historiografía de la literatura
salvadoreña, específicamente para la poesía, pues quienes integramos este
colectivo fuimos, somos y seguiremos siendo, fundamentalmente, poetas. Con más
de 15 antologías poéticas, entre nacionales y extranjeras; con siete premios
internacionales, más de 25 premios nacionales, tres distinciones de Gran
Maestre, diez publicaciones individuales, y la presencia y la persistencia de
la escritura a través del tiempo, nadie, absolutamente nadie puede negar la
importancia que ha tenido Talega para la poesía salvadoreña. Negarlo y obviarlo
en estudios, nuevas antologías y ensayos en general, parecería una omisión más
cercana a la mala fe que a la ignorancia; un hecho perpetrado con toda la
intención de minimizar los logros del colectivo y de cada poeta individualmente
considerado. Vaya este recorrido, este viaje a esa historia a veces desconocida
como una forma de reivindicar el nombre de Talega, como una forma de recordar
una historia reciente para que en el futuro, los académicos, los antólogos y
las nuevas generaciones sepan, conozcan, lean y tengan presente que hubo un
Taller Literario de donde surgieron poetas que, al día de hoy, todavía siguen
produciendo, puliendo y publicando su obra en este duro pero placentero oficio
de orfebre.
(*) Poeta, abogado, colaborador y
columnista de contrACultura.
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