viernes, 5 de junio de 2009


La luna besa tu piel de sol.
Un Eclipse abrasador de amores en la poesía de Diana Espinal.
Por: Armando Rivera. (*)


El borde de lo erótico y la comunicación del amor rondan quedito en los versos de Diana Espinal. Un eclipse abarca el tiempo necesario para consumar una eterna cópula entre el sol y la luna. De ese instante: su amor infinito. Sin embargo, lo cotidiano carcome ese disco volcánico. A veces nos queda del amor "los infiernos engrisecidos de promesas incumplidas y una vez convencida del sufrimiento mutuo deshoja una una todas las ausencias."
La palabra ataca la emoción y pregunta por un culpable, un reloj análogo sonríe a eso de las diez y diez. No hay ni tú ni yo, simplemente fue el tiempo que agotó nuestra estación. Pero necio el segundo cae sobre el calendario. Y otra vez insisten los dioses de la palabra en el amor, que "se limpia en el silencio tenue de los años" hasta que logra nuevas consignas. Una piel enseña su beso, adquiere un nombre, un cuerpo, un reloj y un lugar oculto adentro de nosotros para amar. Para comenzar otra vez un ciclo en el olvido. Un continuo de encuentros y desamores hace la comunión entre el amor y lo erótico.
No hay deslinde posible, uno con uno el eclipse atrae a los dos en uno: Sol y luna complementándose en un instante infinito de contactos. Nada nos revela el fin y, sin embargo, sabemos que tiene cola el cometa de tu espalda y el deseo acaba en el último orgasmo ante la estrella cotidiana. Por eso "El amor nos hace poderosos, la ternura está reservada para los fuertes" cita el epígrafe de Chamalú. Convoca nuevamente un nombre, una mujer/hombre preñada de una hecatombe adentro, de una marea de alas que serpentea desnuda hasta encender el deseo. Luego el tiempo "Muda el viejo gemido" atrapa parte de su olvido para hacer un buen vino con palabras del amado.
En los versos de Diana se va recorriendo ese preciso momento entre la comunión de la piel del amado y la carcoma de su cotidianidad. Hasta descubrir el amor en uno y el erotismo en todo. Un erotismo hecho de Harina y orgasmo. Ella /él sabe que uno se desborda precipitadamente ante las formas insólitas del diluvio abrasador, todo lo establecido se hace niebla y se entrega al deseo de las gaviotas del amanecer. Se destruye nuevamente el amor en la rutina, otra comunión, la misma entrega, sus deseos.
En las palabras alas se funde el deseo de la convivencia con el ser amado. El amor es uno. Reinventarse otra vez con él o la misma persona para seguir la senda de la ternura. Tener la certeza que treinta, cien o mil años son un instante-milenio y a posibilidad de los erótico y lo cotidiano convive en uno. Burlarse del reloj y descubrir en las cosas de cada día un nuevo ángulo para hacer el amor. La rutina se encarama en el óxido de los días y disfruta, como la primera vez, el naufragio en la isla de tu piel al atardecer…el amor es eterno lo demás ensayos o necedades del calendario. Porque sabes que sobre tu piel los demonios que van cociendo la ternura con los años.

(*) Escritor de Guatemala.
Director del Sello editorial LETRA NEGRA.
Autor de los libros Utopía tras el farallón (cuentos, 1998), Piel para una Eva desterrada (poemas, 2003), 37° al sur (cuentos, 2004) y Mi ángel prófugo (poemas, 2006).

El Heraldo. 12 de febrero de 2003.

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