lunes, 29 de junio de 2009

Voces Sin Fronteras. Canada.

A manera de Prólogo


El cosmos
invita a ser cruzado:
tejamos puentes
puentes
puentes

—María del Socorro Soto Alanís (Durango,
México), “Tejedora de sueños”
Toda antología conlleva la fascinación de lograr una visión amplia del mundo cuyos elementos permiten combinaciones al infinito o se nos antojan como infinidad de rutas que nos llevan a un mismo corazón. Voces sin fronteras nos invita a recombinar las huellas escriturarias de autores y autoras de casi toda América Latina y España en los albores del siglo XXI. Su materia de trabajo es una y diversa: el español en sus muchos dialectos, que en lugar de entorpecer el entendimiento mutuo, se convierte en la moneda de uso corriente del universo hispanoamericano, que en esta ocasión acoge también a autoras de origen francés, israelita o brasileño.

Es posible no leer una antología de principio a fin, en el orden original, sino que el conjunto es susceptible de rehacer-se según cada mirada, y Voces sin fronteras no es la excepción. Su título bien reitera a la lengua como el locus de las libertades y las diferencias, cual lo atestigua la historia, si la comparamos con idealismos o esfuerzos políticos. Voces sin fronteras también nos remite a la flexibilidad para traspasar los límites del tiempo para rendir homenajes explícitos y velados a los grandes progenitores de “nuestra expresión” americana o bien para transgredir constreñimientos temáticos o de recursos poéticos dentro del quehacer creativo mismo. En estos sentidos, Voces sin fronteras impele la reflexión sobre otros posibles modos de lectura, sobre otras maneras de entretejer sus textos, sobre otras vías para llegar a su corazón.

Una alternativa consistiría en anudar la geografía de los lugares a la experiencia vital. Para Blanca Elena Paz (Santa Cruz, Bolivia), en “Al final… la nieve”, el invierno es la gran metáfora del amor que se acaba con una despedida y, en franco contraste, un desierto ajardinado por la (buena) voluntad del ser humano se levanta como imagen de la convivencia social utópica en “Divertimento”, de Lilvia Soto, (Casas Grandes, Chihuahua, México). Haciendo de lado todo viso amoroso o irónico, Cristina Pizarro (Buenos Aires, Argentina), adopta una voz poética rebelde que reclama a la geografía la rendición de cuentas sobre la historia de la humanidad en “Una hoja caída” o Leda García Pérez (San José, Costa Rica) admite la inseparabilidad entre sentimiento y horizonte en “Los caídos”:


Si muriese con ellos
el paisaje quizás no dolería,
pero duele

En otras palabras, estas autoras invisten de nuevos significados al territorio latinoamericano, motivo de canción por parte de todo creador literario, desde el popular hasta el más cultivado, y desde aquellos primeros momentos en que el español se aclimató a las nuevas tierras. Hallamos otros visos de novedad, por ejemplo, en la manera en que la geografía —históricamente personificada en mujer— habla desde su condición femenina. Tal es el caso de Magdalena Fuentes Zurita (Santiago, Chile), quien halla su ser en la naturaleza:

Aquí soy
Soy la tierra
Soy las piedras

La con/fusión cuerpo-paisaje constituye la piedra angular para establecer el paralelismo entre la identidad y el territorio, desde la ingenuidad adolescente, como en el texto “La gruta” de Esmeralda Mora Luviano (Zihuatanejo, Guerrero, México), o bien desde el amor pleno, como en “Reencuentro en Italia”, de Consuelo Hernández (Bogotá, Colombia). En el primer texto, la exploración de la naturaleza enmarca el despertar a una nueva etapa vital:

Integrados en pequeños grupos, los
jóvenes descubrirían el primer cuento
escondido en las entrañas de la tierra.
Montarían a capela la oscuridad, sólo
alumbrados con unas cuantas linternas.

En tanto que en “Reencuentro” el amado es declarado novel cartografía, vehículo de historia, monumentos, olores y sabores. Bajo la misma premisa de la unidad entre ser y naturaleza, y con imágenes igualmente exquisitas, Consuelo Hernández contrasta su “Reencuentro” con “Consejos para viajeras”, delación de los rigores del exilio:

¡Y la piel! ¡Ay, la piel!
cúbrete bien
las nevadas son fuertes
y el verano es muy corto
ni te darás cuenta cuando pase.

Otro posible hilo conductor de Voces sin fronteras es el abanico variopinto de los recursos utilizados. En cuanto a la prosa, destaca José Manuel Di Bella (Baja California, México), quien acusa un dominio poco usual de los secretos de la narrativa, notorio también en “El paraíso no sólo de las mariposas”, de Rosa Nissán (Ciudad de México, México), entretejido de descripciones de un sitio de experimen-tación científica, emociones y transformaciones de la narradora, equipoladas a la metamorfosis de las papalotl. Citemos un fragmento:

En vuelo, sus colores se barren, y cuando ese color en vuelo se detiene, puedo observar con claridad la combinación de las formas. Para no cansar mi columna vertebral, busco dónde sentarme […] Una mariposa se posa en mi blusa, otra se me repega […] Broches de papalotl vivas y libres […] Podrán irse cuando quieran. Y regresar: condición del amor.

De igual mérito, aunque con un recurso distinto, destacan las “Breverías”, de Lina Zerón (Tlalnepantla, México), que en su título hacen un guiño a las “Greguerías”, de Ramón Gómez de la Serna, indiscutible precursor de ese género breve que actualmente constituye la minificción, socorrido en toda América Latina, cierto es, pero de ninguna manera fácil de realizar. Conviene señalar que los textos de Lina Zerón se atienen magistralmente al “canon” en cuestión: recurrencia a la paradoja, la ironía, la competencia del lector, los juegos y tensiones con el título y temas elegidos a partir de los grandes mitos, entre otras peculiaridades.

En camino a otras formas literarias, Angélica Guzmán de Berbetti (Santa Cruz, Bolivia) nos obsequia con “El barquero”, ejemplo de borradura de fronteras entre naturaleza y sentimiento amoroso, entre poesía y narrativa, logro difícil sobre todo por exigir la superación del enraizado modernismo latinoamericano, tan caro a poetas de toda estirpe:

El barquero sonríe, lava su rostro con el azul irisado de las aguas mansas que no se detienen y avanzan decididas al encuentro de su destino misterioso.

Aunada a la escritura fragmentaria, la indeterminación entre poesía y prosa es cultivada Edith Goel (Tel Aviv, Israel) para señalar las rupturas físicas y simbólicas de la diáspora, de la separación de la madre tierra. En esta poesía, los seres dispersos buscan asidero mediante una forma cercana al responso, de imágenes apocalípticas, como las presentes en “Mares rojos”:

por qué
todavía
a pesar de todo
no hay ancla

Por su parte, Magdalena Fuentes Zurita (Santiago, Chile) logra una poesía unitaria por medio de una armonía poco usual entre sonoridad e imagen poética. Ejemplo de ello son los versos “una línea metálica cruza sonora / la mañana de vidrio desnudo”, donde la presencia de sonidos fuertes como la “t” o la “r” refuerzan la dureza y frialdad del metal y el cristal, a la vez que nos hacen imaginar un amanecer con esas mismas características. En contraste, Magdalena Fuentes también logra el efecto contrario: el de la suavidad, aludido por sonidos de “l”, “m” y “g”, para tratar un tema por excelencia perteneciente a la poesía:

Alguien
alguien
en algún lugar
alguien
hace el amor
por amor
Así como el amor, Voces sin fronteras igualmente admite un acercamiento a partir de otros grandes tópicos o lugares usuales de la actividad literaria, entre los que se cuentan la memoria, uno de sus grandes fines; el poeta, su hacedor; o la palabra, su materia. Curiosamente, estos tres campos son trata-dos principalmente por los escritores convidados al territorio latinoamericano, predominante en la presente colección, al que enriquecen con sus reflexiones. El tratamiento de la memoria y el tiempo corre por cuenta de Nicole Laurent-Catrice (París, Francia) o el destino vital del poeta declarado según Regina Sant’Anna (Río de Janeiro, Brasil):

En los versos se vive,
En los versos se muere

Pero no toda ponderación conlleva la solemnidad, como lo hace ver Manuel Cubero (Córdoba, España) quien a ratos nos acerca al chiste de almanaque para aprehender la maravilla de la palabra. En “Aprendiendo vocabulario”, un grupo de niños descubre la contradicción entre los usos fijados por el diccionario y la palabra viva, transformada a cada momento por nuestras subjetividades; oposición que se disuelve en el afán de nombrar, de conocer y hacer las realidades que nos han de circundar.

Hablando de realidades, desde hace unas cuantas décadas es más practicada y valorada la escritura de mujeres. Ellas conforman un nutrido grupo dentro de Voces sin fronteras y es de esperar que algún día los límites genéricos se diluyan al punto de hablar simplemente de escritura. Entretanto, es menester reconocerlas puesto que, como señala Maryell Finisterre Diazmuñoz (Ciudad de México, México), todas ellas libran una cruzada. Por ejemplo, Alicia Quiñones (México) denuncia el feminicidio en “Ángeles de hierro”. Cristina Mancero Baquerizo (Quito, Ecuador), en “Uvas de plástico”, texto breve y efectivo por su carácter tangencial, denuncia otra variante del abuso del cuerpo femenino por la tradición patriarcal, en este caso simbolizada por un abuelo. Lenka Moretic (Santiago, Chi-le) se adueña de una voz narradora masculina para dar un nuevo giro a una escena de posesión y duelo de poderes entre amantes. Livia Díaz (Poza Rica, Veracruz, México) acopla el mecanismo de la repetición al tratamiento de la cotidianeidad y da cuenta así del tedio conyugal. Carmen Ávila (Saltillo, México) lanza sus rebeldías en “Resignaciones”. Cristina Pizarro (Buenos Aires, Argentina) orienta la imagen de la tejedora —cuyas huellas se remontan a la canción medieval— hacia nuevos sueños: “las manos hilvanan perlas de utopías” (“Aún”). Ingrid Odgers (Concepción, Chile), en “Despedida”, nos habla de un cuerpo tironeado entre las lágrimas y la trivialidad de una taza de café. O bien Elizabeth Cazessús (Tijuana, México), a caballo entre la poesía y la prosa, ya se hace de un lugar en el entramado de la tradición literaria antes reservada a los varones y Emilce Strucchi (Buenos Aires Argentina) blande estrategias narrativas y el tema del rumor pueblerino en “Espejo del Sur” sin asomo siquiera de su condición autorial femenina, vía probable a la borradura de géneros.

Voces sin fronteras se nos presenta idónea para la lectura desde las prácticas culturales, como sucede con los temas recurrentes del indigenismo o la familia, con sus alusiones a la niñez y a las mascotas. En cada uno de estos grandes apartados vislumbramos la sombra de Gabriela Mistral, María Enriqueta o de los Hombres de maíz, de Miguel Ángel Asturias. Sin embargo, y antes que nada es símbolo de una libertad afincada en la facultad hermanadora de la palabra. Debemos las más cumplidas gracias a sus autores y autoras por este refrendo.


Elena Madrigal
Ciudad de México, septiembre de 2006


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