domingo, 1 de agosto de 2010

Diana Espinal, Poesía desde lo Inexplicable. Por: Manuel García Verdecia. CUBA.

Diana Espinal, poesía desde lo inexplicable.


Por Manuel García Verdecia / jueves 22 de julio de 2010 / manuel.odiseo@gmail.com (Jul. 22)

La poesía es el olmo que da peras, certeramente ha declarado Octavio Paz. En ella el sueño, lo inaccesible y lo intangible se cumplen como realidad. No sigue otra lógica sino el fulgor de la ignición de unas palabras junto a otras. Y no es que toda insensatez sea permisible. Mas, si su realización nos deslumbra con el con el pálpito de algo genuino y significativo más allá de la comprensión inmediata y rutinaria, pues estamos en el ámbito genuino de la poesía.

Es la primera conclusión que se extrae al leer Del ladrido del sombrero a la escama del sol, de Diana Espinal. Con ese título, como salido del mejor momento de Alicia en el País de las Maravillas, la poeta nos entrega un cuaderno donde el despliegue gozosamente insólito de la palabra es solo comparable con el enfebrecido anhelo del sujeto lírico en estos poemas por vivir y amar a plenitud. Diana (Tegucigalpa, Honduras, 1964) es Licenciada en Literatura por la Universidad Pedagógica Nacional Francisco Morazán y ha publicado ya varios títulos, entre ellos, Eclipse de aguas, 2000, y Tras los hilos, 2004. Mujer con un brillo de hermosura en su persona y sus textos, nos entrega un universo textual de muy singulares aproximaciones al canto vital, donde la manera de decir constituye una absoluta refriega con las palabras y la sintaxis para ganar una voz propia que le posibilite expresar mejor lo que la inquieta y desborda.

A primera lectura sentimos una violenta sacudida, un impacto de bala que quiere alejar todo sopor. Nos extraña pero, a medida que bebemos su agua, nos instalamos en un ámbito mágico, el de una mujer que despliega todas sus aptitudes y voluntades para navegar la vida.

Esta impermeable soledad mulata / Sabe a serenidad de esquina /Todas las noches bajo la boca del jarrón / Se desploman purulencias de repetidas frases / En bultos de interminables sosiegos /Anoche / Tras el aurífero serpenteo disipado/

Los árboles no podían explicar el por qué Del oscurecido fuego /

Pues se trata de una fuerza que va contra la fatiga de la costumbre, la inercia de lo establecido, el vagido de la soledad. En el centro de estos poemas hay una mujer que quiere imponer el derecho del deseo y el cumplimiento del afecto.

Y es esto lo primero que debe destacarse, el hecho de que es un libro que se hace desde la mujer negada hacia la mujer afirmada. Aboga por su género de la mejor forma, siendo honesta con sus sentidos, con sus sentimientos y convicciones, sin patrañas ni auto-engaños. Se expone con la energía que le gana su poderosa determinación de realizarse.

Sin embargo, independientemente de que habla de la mujer en general, lo hace desde su cercanía, su propio acontecer, y lo expresa con voz, dientes, poros, uñas, vientre. El espejo donde se mirarán sus compañeras no les devuelve su propia imagen de derrota sino un camino, una posibilidad alcanzable.

Cuando lleguen los buitres
A
Querer arrancar los presagios
Cerraré las bitácoras
Y
Los chillidos…
Tomaré un sorbo de diapasón
Y
Nunca más
Me dejaré enflaquecer de escaparates.

La poeta expresa la asunción de un mundo que la niega y al que repele desde su centro más inclaudicable y liberador.

La escritura de Diana es una suntuosa erupción de metáforas. La mujer que sabe orlar y embellecer su cuerpo para merecer a su complemento, sabe también utilizar esta facultad para electrizar el lenguaje con que canta y se defiende. Se verifica en la autora una asombrosa facilidad tropológica para deslumbrar y acometer. En sus textos encontramos una suerte de neo-automatismo, pero no de trasnochado juego surreal. Aquí se siente más intuitivo, más cercano a asociaciones con el universo vital de la mujer que canta.

Hay sombreros en cada gesto
En cada costado olor a deleite a violetas entreabiertas
Sésamo y arroz

Hay
Turbas callejeras en la carne
Azahares transparentes
Máscara y mercados
En los que venden interpolaciones en bolsas de un la libra

Hay
Del lado derecho 36 topos de sonrisas desdentadas
Y
Del lado izquierdo 22 ciegos imponentes

Nótese cómo se emplean elementos de cierta cotidianidad, en los cuales por supuesto se muestra sesgadamente el ámbito de lo sensual. Cada texto surge de golpe. En la confesión, la blasfemia o el canto se muestra una urgencia de decir que no permite el añejamiento de las frases, la morosa elaboración del discurso, el adensamiento de los versos

Pecho a tierra
Pomo vacío
Muerte sospechosa
En cada croar de circuitos
Multitud de códigos con sabor a medallas
Satelizan la fuerza de hisopo versus golpes cascabeleros
Estratopausa
Dasacato y parcelas

Pecho a tierra
Te contemplo en el olvido
No volverás a oler mi selva de rubor
El aire da balidos rizados y elevan sus alas los émbolos

Sus poemas tienen la estructura simple y urgente, pero siempre eficaz de un trueno que se despeña. Con esa misma electricidad nos inquieta.

La composición de sus textos está dictada por ese apremio turbulento. Así sus poemas se componen de palabras, frases, breves oraciones, sin más conectivos que su sucesión. Se crean palabras, se comprimen unas, se rehacen otras, se mueven de una función gramatical a otra, todo regido por ese fuego visceral que debe estallar. La consecutividad impone la asociación connotativa. El propio ordenamiento de las frases, casi siempre centradas y en una escala descendente, transmite ese impulso de descarga.

Puéblame
Así como el sol cruza por la fachada de un viejo campanario
Puéblame en las aristas
En las rendijas de vieja callejuela
Por los pórticos del delfín pubis

Puéblame
Que mis deshabitados nichos
Y
La luz inmóvil de mis balbuceos
Te suplican que entres
Con ternura
Con botones en la saliva
Con hilos de ansia y cabeza endurecida
Para cosernos
Bajo el andén de tierno jilguero.

Al leer nos enfrentamos a una masa de imágenes que se despeñan. Contemplamos una lluvia de metáforas que cae sobre la página.
Sus temas son los del amor, lo cual implica el espacio y los rigores de dos seres, con todos sus esplendores y penumbras, sus delicadezas y hostilidades. No es que destierre de su lado al amante. Únicamente no se postra como animal de uso, sino que se yergue para compartir con todos los fulgores y derechos. Ruge cuando se siente abusada, pero gime dulzor cuando el placer iguala. Su poesía siempre afirma el equilibrio y la realización.
En unas líneas deja visibilizar una posible poética:

Percibo estos días dilatados de tripulantes
En total silencio
Tomo a sorbitos meluzas
Intento
Descansar
En el rumor de cada
Sépalo
Alejado
Por cada hilo de espejo cuelga un ciervo herido
Por cada lágrima germinan certezas

Cada vez que llegan
Cataclismos
Fuentes y mesuras
Los sonidos del rostro transmutan
De
Mejillones a incandescentes versos

Tal y como dice, con ese espíritu de transformación, donde lo uno deviene lo otro (esencia de la metáfora), con esa incandescencia de visiones, nos regala esta poesía. Urdimbre de breves pero punzantes flechazos iscásticos, en asociaciones inusuales y con una personal apropiación del idioma son estos poemas. Así, en una fervorosa dignidad de inteligencia y emoción, fluye la poesía de Diana Espinal.

(*) Manuel Verdecia. Nació en Holguín, Cuba, en 1953. Poeta, profesor, escritor, traductor y editor. Licenciado en Lengua Inglesa y graduado de Lengua Francesa obtuvo el grado de Máster en Cultura Cubana con una tesis sobre la narrativa de la década del 1930. Ha sido profesor en universidades de Cuba, Canadá, República Checa y México. Su obra ensayística incluye autores cubanos como Alejo Carpentier, José Lezama Lima, Gastón Baquero, Eugenio Florit, Lisandro Otero, José Soler Puig, Roberto Fernández Retamar, César López y Antón Arrufat, entre otros, e incluye a autores hispanoamericanos como Carlos Fuentes, Octavio Paz, Miguel Hernández, Tomás Segovia, Máx. Aub, María Zambrano, José Saramago y José de la Cuadra. Ha publicado La consagración de los contextos, ensayo, Premio de la Ciudad, Ediciones Holguín, 1986; La mágica palabra, ensayos, Premio de la Ciudad, Ediciones Ámbito, 1991; Incertidumbre de la lluvia, poesía, Premio de la Ciudad, Ediciones Holguín, 1993; Hebras, poesía, Editorial Lunarena, México, 2000; Meditación de Odiseo a su regreso, poesía, Premio Adelaida del Mármol, 2001; Travesías, cuentos, Ediciones Holguín, 2004; Música de viento, cuentos, Editorial Oriente, 2005; Saga de Odiseo, poesía, Editorial Unión, La Habana, 2006. Entre sus traducciones destacan Las musas inquietantes, selección de la poesía de Sylvia Plath, Editorial Holguín, 2002, Premio Nacional de Edición; Intimate strangers, antología de poesía cubano-canadiense, Editorial Hidden Brook Press, Toronto, 2004; Meridiana, novela de Alice Walker, Editorial Arte y Literatura, La Habana, 2004; Hojas de Hierba, de Walt Whitman, Editorial Arte y Literatura, La Habana, 2006 y El profeta, de Khalil Gibram, Editorial Arte y Literatura, 2006. En 2007 obtuvo el Premio José Soler Puig de novela por su obra El día de La Cruz, así como el Premio Julián del Casal por su poemario Hombre de la honda y de la piedra.

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